El emperador y las semillas

Muchas veces nos sentimos ahogados por la presión social, nos indica lo que tenemos que hacer y cómo hemos de ser, pero si nos atrevemos a mostrarnos como realmente somos, la vida nos sorprenderá

Llegó la edad de casarse del joven emperador, y los emisarios reales esparcieron la voz por todo el imperio para que acudieran todas las jóvenes casaderas, para elegir entre ellas a la más bella y más honesta. 

Cuando Deisy, la pastora, escuchó el pregón de los emisarios, decidió ir. Estaba segura de que no sería seleccionada, pero al menos tendría la oportunidad de ver al joven emperador y estar junto a él unos minutos. 

El día elegido, la plaza se llenó de jóvenes bellísimas, cuyos corazones latían ansiosos con la esperanza de ser la elegida. 

Seguido de su séquito, se presentó el joven emperador y le entregó a cada joven una semilla. 

«A cada una se le ha entregado la semilla de una flor. Son semillas de flores muy variadas. Siembren y cultiven la semilla y vuelvan aquí dentro de un año. La que consiga las flores más bellas, será la elegida». 

Deisy apretó la semilla en su mano y sintió que latía como un pequeño corazón. 

La sembró en su maceta predilecta en la que colocó la tierra más fértil, la abonó con el mejor estiércol de sus rebaños, la regó con el agua más pura de las cascadas de la montaña, pidió el consejo de los campesinos más sabios, pero nada. La semilla nunca germinó.

Aun así, el día indicado, decidió presentarse con su maceta vacía frente al joven emperador. 

La plaza parecía un inmenso jardín con todas las flores maravillosas que llevaban las demás jóvenes. El joven emperador las fue observando una por una con admiración y asombro. Cuando vio la maceta vacía de Deisy, sus ojos se iluminaron y le dijo con cariño: 

–Tú eres la elegida para ser mi esposa. Eres bella, pero además tienes una virtud que les falta a las demás: Eres honesta y sincera. A todas les entregué una semilla estéril de la que era imposible cosechar nada.


¿A qué me abre?…

Realmente este cuento me conmueve, me toca en lo profundo y me recuerda cómo lo más bonito que tenemos esta dentro y podemos mostrarlo en nuestras acciones o a través de ellas. 

La inocencia, la honestidad, la humildad y la fortaleza de ser capaz de exponernos así, de mostrarnos aun afrontando el miedo a no ser lo suficientemente “bellos”. Y es curioso, pues solo dudamos de nuestras luces cuando nos comparamos con los demás y descubrimos que somos diferentes. 

Muchas veces queremos ser y tener lo que vemos en los otros, sin reparar en lo que significa para ellos, en el esfuerzo que les conlleva, solo nos quedamos en lo aparente, en el resultado final.

En el caso del cuento, todas las jóvenes quisieron aparentar lo que no era por conseguir el objetivo de casarse con el príncipe, un príncipe muy astuto. Cuántas veces en nuestra vida nos disfrazamos y ocultamos la verdad, nos falseamos, por querer conseguir un objetivo que finalmente y afortunadamente no alcanzamos, ya que estaría sustentado sobre una falsa apariencia.

Si somos capaces de afrontar nuestro miedo a mostrarnos tal cual somos, satisfechos con el esfuerzo que hemos realizado, con nuestras limitaciones aunque el resultado no sea el esperado, entonces, la vida nos ofrecerá algo que va más allá de lo que imaginábamos. 

Y desde otra mirada…

Parece que vivimos en la sociedad del aparentar, que no nos ayuda a ser simplemente como somos y aceptarnos así.

Y en ese aparentar, surge un mundo muy competitivo, en el que tienes que ser el mejor.

Y esa presión, esa exigencia, nos lleva a veces a mentir para lograr el objetivo. Para lograr ese puesto de trabajo, para lograr esa pareja tan estupenda, para lograr ser físicamente más atractivo, para ser más interesantes para el otro, para lograr entrar en un circulo social concreto, para lograr ser suficiente para los demás. 

A veces las exigencias de fuera son tan grandes, tan irreales que nos obliga a actuar de una forma ficticia, que nos acaba perjudicando.

Y entonces pienso, ¿por qué no somos suficientes?.

A lo mejor resulta que sí lo somos, y lo que nos falta es primero lograr aceptarnos nosotros mismos como somos.  Y cuando nos hayamos aceptado y aprendido a querer bien, entonces los demás, la sociedad, verá el diamante que hay dentro de ti.

Y no se atreverá a cuestionarlo, y si lo hace, tú tendrás la suficiente fuerza y autoestima como para decir no lo compro, no me compensa, no me interesa. Y a seguir tu camino, sabiendo que eso no era para ti, que no te iba a  ayudar en tu camino, y que no ibas a crecer como persona.

Y puede que cuando nosotros cambiemos, logremos querernos y aceptarnos de verdad, con una mirada bondadosa y comprensiva, con nuestras fortalezas y debilidades, la sociedad también cambie, mejore y empiece a buscar y aceptar personales reales, con sus problemas y circunstancia reales, con sus diferencias,  y no robots perfectos e irreales, modelos a seguir imposibles de alcanzar.

Coordinadora de contenidos

Enamorada del ser humano y su potencial. Educadora Social, enfermera, instructora de yoga, bailarina…muchas experiencias vitales y personas a lo largo de cada una de esas etapas con un elemento común, aprender, acompañar, escuchar, compartir y vivir al son de la danza que nos propone la vida.

Claves

El valor de ser uno mismo.

A veces, la vida nos testa para atrevernos a mostrarnos realmente como somos.

Todo esfuerzo y constancia real tiene una recompensa, aunque no sea la esperada, sino mejor.

Muchas veces, el objetivo a conseguir es mayor del esperado, aunque no sepamos verlo en el momento.

Lo más bello y único que podemos ofrecer de nosotros es a nosotros mismo.