El cuento del corazón de cebolla comienza en un lugar muy lejano hace mucho, mucho tiempo, en un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas.
Como todos los huertos, era fresco y agradable. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros.
Un buen día, empezaron a crecer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, azul, verde…
El caso es que los colores eran tan deslumbrantes que a todos llamaban la atención y quisieron saber la causa de tan misterioso resplandor.
Después de grandes investigaciones lograron descubrir que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, una piedra preciosa.
Una tenía una esmeralda, la otra un rubí, la otra un topacio, y así sucesivamente.
¡Una verdadera maravilla!
Pero, por alguna razón incomprensible, aquello se vio como algo peligroso e intolerable. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su íntima piedra preciosa. Pusieron capas y más capas, para cubrirla, para disimular cómo eran por dentro.
Algunas cebollas llegaron a tener tantas capas que ya no se acordaban de lo hermoso que ocultaban debajo.
Algunas tampoco recordaban por qué se habían puesto las primeras capas.
Poco a poco fueron convirtiéndose en unas cebollas comunes, sin ese encanto especial que tenían.
Un día pasó por allí una niña que gustaba sentarse a la sombra del huerto. Su inocencia le permitía descubrir lo que había en lo profundo de las cebollas y entender su lenguaje. Comenzó a preguntarle a cada una:
—¿Por qué no eres por fuera como eres por dentro?
Y ellas iban diciendo:
—Me obligaron a ser así.
—Me fueron poniendo capas.
—Yo misma me puse algunas capas para ocultar mi piedra preciosa.
Ante esas respuestas, la niña entristeció y comenzó a llorar.
Desde entonces todo el mundo llora cuando una cebolla nos abre el corazón…
Gracias a Christian de Selys por este precioso cuento incluido en el libro “El pescador de mentes”
¿Qué me llevo?
Muy simbólico el hecho de que para llegar al corazón de la cebolla y descubrir su autentico brillo y color haya que llorar…
Es como el proceso del autodescubrimiento, pensamos lo que somos pero nos cuesta saber quienes somos. Cada uno con un brillo y un color diferente.
A veces nos ponen las capas los demás, las situaciones de la vida, pero la mayoría de las veces nos las ponemos nosotros mismos para protegernos, para encajar, para hacernos más pequeños o para ensalzarnos.
Y claro, cuando quieres descubrir quién eres en realidad hay que ir quitándoselas. Y aunque a veces nos cueste ponérnoslas es algo que hacemos con más facilidad que quitárnoslas.
Tal vez porque al ponérnoslas estamos centrados en el objetivo que conseguiremos al hacerlo y no nos importa el coste que conlleve, y muchas veces casi ni nos damos cuenta, total, todo el mundo lo hace, es la forma habitual de comportarse.
Pero, ¿qué pasa cuando me la quiero quitar? ¿cuándo me asfixio con ella, o lo que quería conseguir ya no me interesa? O tal vez, porque he descubierto el coste que conlleva el tenerla… entonces empieza todo un camino bastante más complicado que el de ponérselas.
Ya que después de tanto tiempo con esas capas puestas, he terminado por identificarme con ellas, casi he olvidado el brillo que había dentro de mi, y en ese olvido ni siquiera puedo recordar que validez tenia ese brillo.
Y entonces es cuando llegan las lagrimas, el dolor… porque en realidad no sabemos muy bien como hacer para quitarlas ni lo que encontraremos debajo.
Solo seguimos el rastro de un sentimiento, de una emoción de que algo no va bien, de que algo sobra… o falta.
Y desde otra mirada…
Cuando somos pequeños nos vamos adaptando al medio en el que vivimos, a la familia, a la sociedad en la que vivimos, y para ello a veces tenemos que ocultar parte de lo que somos, o modificarlo para poder encajar en el mundo, ser lo que la familia o la sociedad espera de nosotros.
Nos faltan los recursos para poder decir así soy yo, y me tienes que aceptar y querer como soy, somos demasiado vulnerables y necesitados, para alzar nuestra voz y poder ser nosotros mismos pese a quien le pese.
Y todos esos cambios que hemos tenido que hacer, para encajar en la familia, en el colegio, en el grupo, en la sociedad, en el mundo, van pasando los años, y llega un momento, que pican, que escuecen, que no te dejan ser, respirar, que te notas prisionero dentro de tu propio cuerpo.
Y ahí toca hacer el trabajo de descubrirse uno mismo, como realmente es, como realmente quiere ser, y de reivindicar su derecho a ser libre y auténtico. Es un trabajo largo, duro, costoso, pero al final habrá merecido la pena, porque te habrás librado de unas cadenas que tú mismo te habías puesto, sin ser siquiera consciente, y que no te dejaban respirar.
Y después de ese trabajo interno, saldrás reforzado, aprenderás a conocerte de verdad, a aceptarte, a quererte, a aceptar a los demás, y finalmente te sentirás en paz y brillarás con luz propia.